Capítulo 3: Las manos manchadas de sangre.
Un terrible grito se oyó mientras el ejército de orcos, elfos y enanos cargaba. A su frente había un joven Ogsmodiar, hijo de Theradiar, que llevaba a su espalda, a modo de capa, el estandarte del panteón tarámnico. Los milicianos iban detrás, siguiendo a su capitán con el espíritu tan enardecido como las antorchas que les iluminaban el paso. A lo lejos se veía un refulgir de fuegos que devoraban los árboles del bosque de Haratuum. Fuegos provocados por la ira de las huestes de los señores de las Bestias y del comandante Yiihglam’hoog, hijo tercero del príncipe demoníaco de los Gnolls, Yenugoth. Una gran bestia de cabello pardo y duro y mirada maliciosa se veía a la distancia, con dos metros veinte de altura y cuatro largos y flacos brazos que esgrimían cuatro amenazantes hachas. Era el duque abisal de los gnolls, quien arremetía constantemente contra el escudo de un solo orco.
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