Quiero aclarar que lo aquí publicado es una versión preliminar, sujeta a cambios y no definitiva de la obra. 

Capítulo 3: Las manos manchadas de sangre.

Un terrible grito se oyó mientras el ejército de orcos, elfos y enanos cargaba. A su frente había un joven Ogsmodiar, hijo de Theradiar, que llevaba a su espalda, a modo de capa, el estandarte del panteón tarámnico. Los milicianos iban detrás, siguiendo a su capitán con el espíritu tan enardecido como las antorchas que les iluminaban el paso. A lo lejos se veía un refulgir de fuegos que devoraban los árboles del bosque de Haratuum. Fuegos provocados por la ira de las huestes de los señores de las Bestias y del comandante Yiihglam’hoog, hijo tercero del príncipe demoníaco de los Gnolls, Yenugoth. Una gran bestia de cabello pardo y duro y mirada maliciosa se veía a la distancia, con dos metros veinte de altura y cuatro largos y flacos brazos que esgrimían cuatro amenazantes hachas. Era el duque abisal de los gnolls, quien arremetía constantemente contra el escudo de un solo orco. 

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Capítulo 2: Tertulia

Miauros llevaba un rato sentado en ese taburete. El aburrimiento lo había llevado a atravesar con su estoque las cucarachas que veía que corrían entre las bolsas de harina de la despensa. La tenue luz de las velas encendidas en aquella fría habitación oscura menguaba como si las llamas danzaran al son de la música que el grupo de bardos tocaba en la otra habitación. Allí había más vida, gente con la que conversar e intercambiar historias, bailar, jugar con los dardos y, bueno, en definitiva no aburrirse de tal manera.

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Capítulo 1: La flor de Ernor

Sobre las verdes praderas ganaderas, casi al centro del país y lindando con el bosque Zshal Harathuum por el norte, la ruta del valor al oeste, y bosques de sembrado por el este y por el sur, se alza la imponente ciudad azulada del Ducado de Ernor, estoica en todo su esplendor desde su fundación, originada de la descentralización del poder eclesiástico, para aliviar las cortes de Vélorian, hace ya 37 siglos. Desde el inicio, todo aquel que ostentara el apellido Einorth, el mismo que portara el Rey y señor del paso, Álaron Fäeynar Einorth, primero en plantar su bandera sobre la extensión del país, luego de la gran terraformación de Esplwyn, estaba destinado a una grandeza propia de la nobleza élfica. Un chiste muy común entre el pueblo llano dice que cuando uno de dicha estirpe nace, lo hace junto con una cría de banca del senado, que crecerá a su par y luego será ocupada por su gemelo de carne al momento de tomar decisiones. 

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