Novela: Cazadora Carmesí: La balada de Scroff
Quiero aclarar que lo aquí publicado es una versión preliminar, sujeta a cambios y no definitiva de la obra.
Prólogo: el tañido del yunque
-CLANK- tañó el yunque. Avalancha se alzó en el aire. El cielo del mediodía estaba cubierto por nubes negras, tan oscuras que no se distinguiría de la noche más cerrada. Las manos de aquel gigante pardo se aferraban con locura al mango del martillo. Del yunque brotó una explosión de nieve que cubrió todo a su paso. Los atónitos y cansados compañeros se vieron rodeados por la desolación.
Unos instantes después, Laogosh logró abrir los ojos. La sangre le ardía en la mirada y la frente. Tensó cada músculo que el frío y los golpes le dejaron mover, y apoyándose en sus codos, se incorporó un poco. A su lado, la mano de Durín yacía inerte, con su espada a pocos centímetros, cubierta por una gruesa capa de escarcha. El gigante rió con fuerza.
-CLANK- el yunque rugió de nuevo, Avalancha se alzó de nuevo. Una ventisca gélida lo obligó a cerrar los ojos. Al abrirlos una vez más, la sangre le empañaba la vista. Miró hacia donde habían estado Lyandre y Olaf, ahora un cúmulo de nieve los tapaba. A su espalda, estampada contra una columna, bañada en sangre, estaba Elyssia. El pánico se adueñó del guerrero. Tomó la empuñadura de la espada de Durín, y con toda la fuerza que le quedaba, se terminó de incorporar. No había rastro de Nuada ni de Nimbur. El aire gélido le invadió los pulmones. La sangre brotaba, y la furia recorría sus venas. Aquel enorme hombre se preparaba para lanzar una nueva descarga del martillo. Avalancha esperaba. Laogosh gritó. Comenzó a correr, sus músculos se calentaban con la furia. Su sangre orca nutría cada uno de sus fuertes músculos, y en su mente comenzó a ver cada movimiento posible del martillo. La espada de Durín, un mandoble en sus manitos, no era más que un cuchillo en las manos del orco. La distancia entre el enloquecido señor de la tormenta y él se achicaba.
-CLANK- El yunque gimió una tercera vez. Esta vez Avalancha no se alzó, de su cabeza brotó un mar de nieve, que sepultó al orco en un instante.
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