Capítulo dos: Reunión al Son de la Lluvia

Publicado el 18 de agosto de 2023, 16:33

Capítulo 2: Reunión al son de la Lluvia. 




 

Mientras Lyan y Olaf se ponían al tanto de sus historias, Nimbur y Durín admiraban las armaduras, y Laogosh intentaba hablar con Nualla, sin demasiado éxito pues el herrero estaba más interesado en elogiar a su sobrina y preguntarle por la familia, de la que la muchacha nunca hablaba, Elyss se acercó al orco con varias herramientas metidas en una canastita, y con una enorme sonrisa y mirada pícara le solicitó que las sostuviera. El guardaespaldas se puso completamente tenso y obedeció. La muchacha volvió a perderse entre los anaqueles, mientras él comenzó a inspeccionar el botín del contenedor. Había un hacha, algunas dagas, varias cabezas de flecha con formas variadas y sin relación, un destapa caños ornamentado, dos planchas de anillas tejidas, un pomo de espada de plata lunar y… Laogosh volvió sobre el destapa caños ornamentado y comenzó a cuestionarse para qué lo querría su ama. Entonces vio la etiqueta que mostraba el precio y se alarmó. Comenzó a revisar todas las etiquetas, y, abandonando el puesto de quien esperaba, se adentró entre los anaqueles y cambió todos los objetos de la canasta por versiones menos caras de las mismas, obviando el destapa caños ornamentado que optó por abandonar. 

Pasado una larga media hora, el grupo se dispuso a cerrar los tratos comerciales y abandonar el local, para alivio de la medio elfa, dejando Laogosh su equipo para que recibiera mantenimiento. 

Caminaron entonces bajo la tormenta que ahora asediaba las calles, reunidos en tres grupitos guarecidos bajo paraguas recién comprados, el orco con las dos elfas, el felionar con el perro y el squizzen, y el incómodo hombre  y la silenciosa medio elfa en otro. Nimbur iba curiosamente cargado de equipaje y bártulos, y cuando fue interrogado por aquello, confirmó que no había logrado conseguir una habitación donde dejar sus “porquerías”. 

Luego de caminar unos cuantos minutos, el grupo llegó a las puertas de un edificio gubernamental de apariencia poco refinada. Sobre un arco de piedra descansaba un cartel que rezaba “OFICINA DE RECLUTAMIENTO DEL DEPARTAMENTO DE INTELIGENCIA”. Sus paredes eran de piedra labrada y estaba rodeado por unas imponentes rejas negras de acero. 

“Parece una cárcel” dijo Olaf.

“Parece un matadero” dijo Lyann.

“Parece divertido” dijo Durín.

Como fuera, entraron por el enorme portón de madera oscura y laca descascarada. Adentro, el panorama no era mucho más alentador. Tras una reja y un recibidor de piedra, un hombre viejo y flaco se presentaba como un desanimado recepcionista, que los atendió con un sonido entre un gruñido y un gemido, para luego orientarlos en dirección a la oficina de reclutamiento, a la que se iba por un pasillo oscuro y deprimente terminado en otra puerta desalentadora. Pero al atravesarla, el panorama cambió por completo. La nueva habitación era luminosa, con aire fresco que no se sabía de dónde venía, paredes revestidas de argamasa y pintadas de un tenue color turquesa, y bullente por una pequeña multitud que no paraba de hablar entre sí. 

En la habitación, sentados en banquitos, había varios grupos de personas, como dos elfos silvanos, uno con ropas rústicas y un arco de madera, y otro vestido con túnicas y sotanas con el símbolo de Örwaeyn, diosa de la luna, la adivinación y las mareas.
Otro grupo estaba formado por un Squizzen, bastante más bajito que Durín, vestido con ropas de cuero bastante finas y lujosas, acompañado por un orco embestido en una armadura de placas y malla negra, con un tabardo azul y dorado, adornado con el símbolo de Cicéreo, dios de la magia, la noche y los sueños, que llevaba un enorme escudo y una maza atados a la espalda. Un tercer compañero completaba el grupo, este era un Felionar de pelo anaranjado y rayas marrones. Vestía una túnica azul y de su cintura colgaban varios rollos de pergamino atados con cadenas. A su espalda llevaba un gran cajón donde podía entrar tranquilamente Olaf parado.

El tercer grupo estaba formado por dos humanos y dos orcos. Estos últimos iban vestidos con armaduras completas y los rostros tapados, y su raza era delatada por los talismanes tribales del clan Sangrenegra, un antiguo clan extinto que Laogosh reconocía por las clases de historia orca que le impartía su padre. Estos dos sujetos casi no hablaban, si no solo cuando uno de los humanos, regordete, barbudo y muy alto, les ordenaba algo. Las cadenas que colgaban de las muñecas y cuellos de los orcos hicieron enfurecer al Guardaespaldas. El cuarto miembro de ese grupo, el otro hombre, parecía joven, vestía ropas de montaraz y llevaba una cadena armada cruzada por el torso. Miraba con desprecio a los dos orcos y parecía tratar de no pararse sobre el pie derecho, seguramente debido a una renguera. 

Por último, un hombre solitario se recostaba contra la pared oeste, vestía un gambesón marrón, pantalones verdes y un tabardo azul, con el símbolo de Adanel Adamas, dios de la tormenta, las batallas y la artesanía. Junto a él había un pesado martillo de guerra de metal azulado y factura impresionante. A Olaf se le hicieron agua los ojos de ver semejante obra de artesanía. 

Al final de la sala, sentado en un escritorio que le quedaba chico, había un hombre inmenso, peludo y de apariencia ruda, con rasgos cuasi lupinos y vestido con ropas hechas de piel de animal y pelo de varias especies. Sostenía una libretita y una pequeña pluma, y al ver a los recién llegados les hizo un gesto para que se acercaran. Aquel gigante era extrañamente cortés y gentil con la gente, y les indicó que si buscaban enlistarse en las tareas del ducado, debían responder algunas preguntas, tales como su lugar de procedencia, su profesión, su religión o por qué querían aplicar para el trabajo. Luego les hizo firmar unas formas de solicitud, y les indicó que se sentaran en unas banquetas a esperar a que llamen sus nombres. 

Poco después de media hora de espera, un elfo bastante alto, de rostro firme y riguroso, de cabellos color dorado, bien vestido y postura impecable llamó desde una puerta al grupo de Nuada, y los hizo pasar a un despacho bien decorado, con un enorme mapa de la provincia de Digrín-Moké enmarcado en una pared, rodeado por pendones con los símbolos del ducado y de la guardia real, una mesa bien trabajada de madera de arrayán sobre la cual había libros, un cofre mediano, pergaminos y una reluciente caramelera llena de dulces destapada, y varios libreros repletos a los costados. Él se sentó en una silla acojinada, y se presentó como el Comandante del Servicio de Inteligencia del Ducado, Conde Akbar Elderbar.

“Yendo al grano, el trabajo que se les ha asignado como grupo es investigar una serie de avistamientos de un espectro terrorífico que se reportaron durante las noches de la última semana.” Dijo el Conde, para luego hacer una pausa, mirando fijamente a Elyssia, que a su vez tenía la mirada fija en la caramelera. Cuando la muchacha se dio cuenta de la situación, vio que el elfo le hacía un gesto de aprobación, pero cuando extendió la mano para tomar un dulce, el Comandante tomó rápidamente el cuenco, lo tapó, y lo guardó en un cajón, dejando a la pobre chica con las ganas. 

“Uh, eso no debería estar ahí. Bueno, como les comentaba, se busca la asistencia de aventureros errantes en esta misión dado el potencial alarmista de la situación. De más está decir que buscamos discreción en cuánto al tema. Se cree que el espectro asesinó a una jovencita hace dos noches. Un diario amarillista filtró la noticia, exagerando, hablando sobre un culto demoníaco y otras sandeces. Probablemente sean rumores infundados, pero nunca está de más investigar. Su trabajo ahora es el siguiente, investigar por qué el espíritu está tan arraigado. Pueden utilizar el método que quieran. Recomiendo que sean discretos y que no lo enfrenten directamente. Considerenlo un blanco peligroso. 

La oficina de inteligencia se hará cargo de sus gastos básicos, y al finalizar la tarea se les abonará su pago. El ducado está dispuesto a pagar la suma de Diez Caldenes de Oro a cada uno cuando traigan la verdad sobre el tema -Se puso unos lentes ante los ojos, para luego bajarlos y mirar sobre ellos en dirección al grupo- y pruebas fehacientes.”

“Muy bien, compañeros, a partir de ahora trabajan para la guardia real.”- Dijo  mientras sacaba del cofre siete plaquitas de cobre talladas con el símbolo de la institución. Luego se incorporó, le dio la mano a cada uno y su respectiva plaquita, instante que Elyssia aprovechó para mirarlo con rencor, y les dio una palmadita en la espalda, invitándolos a salir de su oficina. 

El grupo abandonó aquel edificio, dirigiéndose ahora a la posada donde las chicas y Laogosh paraban, para buscar alojamiento a Nimbur. En el camino, aprovechando que la tormenta amainaba y ahora sí podían charlar, se comentaron cuestiones sobre la misión, y Olaf no pudo evitar ponerse a hablar sobre el extraño anillo que vestía el Conde. 

“Tenía un zímbolo muy ezpecífico de mi tierra natal, donde definitivamente no hay elfoz. Ez el kanji de Henso, que zignifica Ocultarr.” dijo el Felionar ceñudo, mientras arrimaba uno de sus puños a su barbilla. 

“No entiendo por qué le das tantas vueltas” acotó Elyss. “El tipo es un patán, no sería raro que se lo haya robado a alguno de los tuyos.”

“Tal vez se lo regalaron” dijo Durín. “El tipo parece alguien importante al que hacerle un regalo…” hizo una pausa tras meter la mano en un bolsillo. De él sacó, con cara de confusión, un montón de pelusas con forma de ratón de juguete. “¿De dónde salió esto?”

“No sean paranoicos.” Interrumpió Nimbur. “El tipo es un Conde y es el jefe de una oficina de inteligencia. Probablemente el anillo lo mandara a hacer a Tengakku Rakuen y el símbolo tenga que ver con su trabajo de ocultar información.” Él también había frenado para revisar sus bolsillos, de los que sacó una pequeña bola de estambre y banditas de caucho. “¿Y esto?”

Olaf les dedicó una mirada juzgona a sus compañeros y dijo "Ah, al final el tipo zi era un papanataz..." mientras sacaba de sus bolsillos una bola de pelos de gato regurgitada.

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