No eran ratas

Publicado el 30 de abril de 2024, 11:23

 

 

 

 

Llevaba ya más de un año desde que comencé a oir los ruidos. Siempre de noche, cerca de la una de la mañana. Comenzaron siendo susurros, como rasqueteos leves sobre el yeso del cieloraso. Luego fueron más sonoros, como golpecitos tímidos. Primero creí que eran ratas, así que llamé a un fumigador para que se deshiciera de las alimañas, pero no encontró nada. 

Poco tiempo después los ruidos se hicieron más intensos. Ahora eran pasos de una persona apurada corriendo de aquí para allá. Varias veces llamé a la policía, esperando que fuera algún malandro buscando jugarme alguna broma. Nunca encontraron a nadie. 

Hace unos seis meses, a los pasos se les sumó un nuevo sonido. Esta vez era como una voz ténue, ahogada, como si alguien susurrara con la boca tapada por un vaso. Al principio la paranoia se hizo carne en mi, pero con el pasar de los días me fui acostumbrando. Nunca parecía decir nada coherente. Yo bromeaba diciendo que la voz se llamaba Jorge. 

Una noche que tuve visitas, la voz comenzó a sonar nuevamente. Esta vez sonaba mucho más definida, fuerte y con caracter. Mi visita parecía impertérrita ante la aparición. La voz parecía contestar a cada cosa que aquella persona decía, pero al parecer solo yo podía escucharla. Cuando la visita se fue, la voz se calmó, y estuvo así por casi una semana. Luego volvió a acompañarme con la misma intensidad que antes. Esta vez comenzó a articular las palabras en oraciones con algo de sentido, y una de esas noches se me ocurrió contestarle. Para mi sorpresa, aquella voz se mostró interesada en la converzación, y pasamos casi una hora charlando. Hablamos del estado de la casa, del clima y de muchas otras cosas, pero cada vez que yo le pregunté su proceder, la voz no contestó, ya fuera porque cambiaba de tema o quedándose en silencio.

Hace unos tres meses comencé a ver las sombras. Siempre acompañaban a la voz y los pasos. Nunca logré entender de donde provenían, ya que o las veía por el rabillo del ojo, atrás de objetos o en los marcos de las puertas. Siempre me daban un buen susto. Según la voz, aquella era su sombra. 

Hace un mes y medio tuve que salir de la ciudad por un pariente accidentado. Vivía en otra ciudad y tuve que ir a cuidarlo. La primer semana me sentí muy raro. Me había acostumbrado a la presencia de la voz, a los pasos, a la sombra. Ya no estaba cómodo sintiéndome solo de nuevo. 

Ayer volví a mi casa. Estaba en silencio, en calma, no había pasos, no había ruidos, no había sombras. Al salir de la casa, cerré todo con llave, le puse candados a las ventanas, y dejé la heladera vacía. Lo único que encontré al llegar a casa, tirando en el piso del living, fue a Jorge, un hombre sin pelo muy pálido, alto y largo, y con una cara muy rara y sin nariz, aparentemente muerto de hambre. 


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