He de contar, mi querido lector, de las lecciones que el tiempo enseñan a los fracasados que insisten en su pena.
Verá, que hace mucho tiempo existió un hombre solo, triste y débil, que buscó la salvación por medios arcanos de olvidada ciencia, que enseñaban la virtud de la sangre de los ángeles. La principal dificultad para lograr el cometido radicaba en lo escaso de aquel áureo material, que según el conocimiento común no era más que el más fantasioso de los mitos.
Pues verá, que no hablamos de los hombres hermosos con alas doradas y halos en las nucas inundadas de rizos dorados que enmarcan rostros divinos con ojos resplandecientes, más hablamos de lo que los antiguos confundieron con esos seres. Criaturas gargantuescas de aterradoras faces, con coronas de fuego radiante, sobre apéndices cabezoides con desconocido propósito, bañados en largas láminas de oro que colgaban sobre cuerpos amorfos, ruedas de oro y millares de ojos, con enormes estructuras a sus espaldas que los ojos inexpertos podrían considerar alas. Los sumerios los llamaron anunnaki, los griegos les dieron el nombre de daemon, y los nórdicos los vieron como valerosos einheriar. Aquellas criaturas no venían del cielo, ni del espacio, ni del valhalla, ni del gehena, ni del erebo, ni del niflheim. No venían de esta o de alguna de las dimensiones aledañas a la nuestra. Venían de más allá, de lejos, de otro lugar. Más lejos que el vacío, más lejos que la eternidad.
Ellos, los ángeles, de origen incierto, llegaron al mundo en muchas y variadas formas, en distintos momentos, pero al mismo tiempo y en el mismo espacio. Pues si, eran muchos, pero también eran uno. Como ya he dicho, eran… son, criaturas de más allá del tiempo y del espacio, y por ello ni el tiempo ni el espacio les significaban límite alguno, pudiendo, y de hecho siendo, todos el mismo y al mismo tiempo estando en épocas distintas, aunque nunca viajaron por el tiempo, pues este era para ellos como el suspiro de una araña es para la percepción de una montaña.
Ellos llegaron y se fueron siempre y en todos lados, pero hace mucho tiempo, y eso todavía no ha pasado.
Pues así nos encuentra la historia de hoy, cuando este hombre, llamémoslo Adán, buscó la solución a sus ausencias y penurias en la sangre de aquellos seres. Aquellos que no erran más que uno, que no estaban en ningún lado, en ningún tiempo, más podían ser hallados con tan solo saber cómo buscarlos.
Pero ¿acaso es posible conseguir la sangre de algo que no tiene forma ni tiene tiempo ni tiene lugar? Pues, para nuestro Adan, si.
Según su antiguo tomo arcano de antigua ciencia olvidada, su objetivo era posible si el taumaturgo era listo, resistente y capaz. Pues el método para encontrar a los ángeles era cruel, duro y riesgoso. Más Adán ya estaba tan desesperado que ni el más eterno de los infiernos podía asustarlo, ni el más inalcanzable de los cielos le parecía tan distante. Y así fue, que aquel hombre triste buscó en los anales del tiempo, hasta en los más recónditos lugares de la tierra. Donó cada centavo que obtuvo en su búsqueda, sudó cada gota de agua que ingirió extendiendo sus brazos para ayudar a quien se lo pidiera, trabajó y trabajó, sin descanso, para encontrar a aquellos ángeles cuya sangre le daría los frutos de la felicidad, sin paz ni consuelo, él buscó lo que aquel desgastado tomo arcano de antigua ciencia olvidada le dio a conocer, para finalmente, en su lecho de muerte, rodeado de todos aquellos a los que ayudó con el fin de conseguir aquel áureo elíxir, sin haber encontrado nunca la sangre de los ángeles, Adán abrió los ojos, extendió sus manos, y sintiendo el peso del universo aplastandolo contra aquel lecho, sonrió por primera vez al entender dónde se hallaban aquellos ángeles. Pues aquel hombre que se sentía solo y desesperado, que solo veía oscuridad rodeándolo, pudo ver por primera vez, acostado en su lecho, a través de aquel velo de sombras, la luz de la que se había rodeado mientras buscaba a aquellos ángeles, pues Adán nunca estuvo solo, pues aquellas penurias que lo asediaban solo eran un velo, y vio entonces a los ángeles, y su sangre lo bañó, y entonces, mientras exhalaba su último suspiro, aquel hombre sonrió alegremente, por primera vez en su vida, extendió sus brazos más alto que nunca, y entonces voló.
Dejame tu opinión :D
Añadir comentario
Comentarios