Este extraño mundo está lleno de situaciones y criaturas de lo más fascinantes. Desde la poderosa langosta arcoiris, hasta los indestructibles tardígrados, los horribles peces blob, y las peludas patas de un gato, todo tiene un lado fascinante y otro espantoso.
Este es un breve relato que he de narrar, para contarle las experiencias de un muchacho asustadizo que tal vez bebió más de la cuenta, o tal vez fue testigo de un visitante atípico, fascinante y espantoso. Este es de esos relatos en los que ni siquiera yo, su fiel narrador, sabe si lo que sucedió fue real o un mero relato de ficción contado entre borracheras para intentar llamar la atención.
En este extraño mundo, entre los oscuros rincones debajo de los muebles, habitan criaturas peligrosas o extrañas que son un verdadero material de pesadilla. Hay una en particular que ya he visto algunas veces, a quien por alguna razón le llamo la atención tanto o más que ella a mi.
La primera vez que lo vi fue en el año 2011, en una fiesta familiar, caminando por el tejado de la casa donde crecí. Fue una experiencia breve y compleja de explicar. La segunda vez fue una noche de julio, en la casa de mi madre.
Era domingo, llovía y hacía frío. Yo cuidaba la casa, ya que quienes la habitaban estaban de viaje. Estaba cómodamente tomando una cerveza que cada vez estaba más caliente. Miraba por la ventana las gotas cayendo, cuando un sonido llamó mi atención. Era como si un cuadro se hubiera caído en la sala. En la casa estábamos Jasón, el perro, Morgan, mi gato, la gata de mi hermana, Chorgan, escondida y enojada sobre el termo tanque, y por supuesto, yo. Los cuatro estábamos descansando en la cocina. Me acerqué a la sala a ver qué provocó tal estruendo y, en efecto, un cuadro que guardaba un dibujo hecho por un hippie francés en Montmartre, que retrataba en carbonilla los rostros de mi hermana y mío, estaba tirado en el piso, acostado apaciblemente, a unos dos metros de la pared que antes lo sostenía, con el vidrio estallado, pero sorprendentemente en su lugar, con unas fracturas concéntricas que iban desde mi representación hasta los extremos. A vista de cualquiera, algo había dado un puñetazo contra ella. De hecho, todo indicaba que la ruptura no se había producido por la caída que, según las pruebas, no se había efectuado, ya que de haber pasado, los vidrios habrían salido volando, rotos de manera irregular, y el cuadro no estaría tan lejos del lugar de impacto.
Desde luego, mi cabeza hizo estas mismas conjeturas, a una velocidad sobrenatural, no por un intelecto prodigioso del que hacer gala, si no por mi prominente cobardía que, en más de una ocasión, me ha jugado de las peores pasadas. Luego pensé en la opción más lógica, que fuera uno de los gatos que se trepó y tiró el retrato, pero, ambos estaban conmigo en la cocina al momento del incidente. El perro no pudo haber sido, y ninguna fuerza natural causó movimientos sísmicos de ningún tipo. El clavo que lo sostenía yacía firme, incrustado en su sitio. La única opción válida era que alguien, o algo, lo hubiera tirado. Revisé cada puerta y ventana, correctamente cerradas y aseguradas, lo que descartaba un ladrón o bromista.
El temor me hizo olvidar la situación, dejando todo como estaba, y encerrarme en la cocina, bajo llave, con los tres animales, el teléfono y una computadora, para no quedar incomunicado.
La noche prosiguió, encontrándome despierto a las malditas 3 de la mañana. Yo navegaba por la web, cuando otro sonido asedió mi paz. Esta vez venía de la ventana de la cocina, que daba al garaje, la cual estaba cerrada y oculta por una persiana, sobre la cual, algo golpeaba repetidamente, como tratando de llamar mi atención. Obviamente no averigüe quien me buscaba, si no todo lo contrario, permanecí inmóvil, respirando poco y pensando mucho, como tratando de que mi visitante se diera por ignorado, pero aquel golpeteo infernal seguía taladrando mi intranquilidad. Mis tres acompañantes reaccionaron de diferentes maneras. El gato se paró junto a mi y miraba, desde la mesa, fijamente al lugar del que provenía el llamado. El perro, asustado, se acurruco entre mis quietas piernas, esperando que aquella barrera alejara todo mal de su merced. Sin embargo, la gata no parecía asustada, más bien estaba molesta, y se dedico a tratar de capturar a quien nos reclamaba, devolviendo los golpeteos sobre el vidrio, con sus dos zarpas blancas, peludas y redondeadas, que resbalaban contra la superficie del cristal.
Al cabo de un rato de persecución, la competencia entre el animal y el invitado inesperado terminó con el triunfo de la bola de pelos, ya que su oponente se rindió y de nuevo, el silencio se apoderó de todos nosotros. Lo único que se movía en aquella sala era la cola de aquella gata que se regodeaba furiosa y triunfante.
La intranquilidad parecía decidida a quedarse aquella noche, y, angustiado, traté de relajarme, mientras acariciaba la cabeza de Jasón, nombrado en honor del argonauta, quien portaba un valor heroico, el cual no agraciaba al perro. Morgan seguía tenso, con el pelo de su lomo erizado y mirando ahora hacia la puerta vidriada que daba al patio. Raramente aquel animal intentaba amedrentar a otra criatura con rugidos de gato, lo cual solo me ponía más nervioso, y me obligaba a no mirar hacia dicho lugar.
Pero por sobre todo, la mente humana es curiosa, y las prohibiciones, ya sean legales, morales o divinas, sólo acrecientan la tentación inquisidora, y el miedo al poco tiempo pareció una mera barrera fácil de saltar. Miré, y tras los vidrios, tras la cortina de oscuridad y lluvia, vi esos dos ojos dorados, brillantes, risueños, redondos, enmarcados en esa sonrisa permanente de grandes colmillos amarillos, que acercaban el alma humana al vacío infinito del caos de la demencia.
Un frío desconocido recorrió mi espalda, y las sombras oscurecieron mis ojos, luego de ver uno de los largos brazos negros, similares a ramas, atravesar sin romper la puerta de vidrio y metal que nos separaban. Desperté a la mañana siguiente, tendido en mi cama, con el perro acurrucado junto a mis pies, Morgan dormido junto a mi pecho, y la gata mirándonos fijamente sobre un mueble, agitando furiosamente la cola. La puerta de la habitación estaba cerrada, las luces apagadas y ya no llovía, pero un extraño golpeteo resonaba desde el techo, del lado de adentro.
Dejame tu opinión :D
Añadir comentario
Comentarios