Motrecol

Publicado el 5 de abril de 2023, 18:00

 





Cómo sabrá, mi entendido lector, la imaginación de un niño es tan volátil como la vida de un adulto. Es capaz de crear las más hermosas fantasías, las más locas aventuras y las criaturas más dulces y graciosas, pero también es capaz de proyectar sombras y terrores traumáticos, generalmente por miedos magnificados del menor, ya sea al desconcierto de la oscuridad, el vacío de las tinieblas de armarios o debajo de la cama, o los terrores de las purulentas disputas de padres o familiares, encarnando estos en seres penumbrosos, dotados de dientes, de cuernos, de muchos ojos o de áspero pelaje. 

Muchas veces, estos seres imaginarios se convierten en amistades eternas que juramos en vano nunca olvidar. Algunas veces, estos son los antagonistas de nuestra niñez, atemorizando al infante hasta que pueda arrastrarse a la cama de los padres. 

Hoy quiero contarle sobre ese ser que me visitaba durante mis horas de sueño, que me protegía y velaba por espantar al maligno que reptaba por el pasillo del piso superior de mi casa y que, a la vez que me hacía sentir mas tranquilo, me atormentaba con el paso de las noches. 

Según recuerdo, la primera visita de Motrecol fue una noche luego de haber visto una situación extraña que al día de hoy soy incapaz de olvidar. Era tarde aquel sábado, tarde para los niños que miraban por la ventana de mi cuarto al patio vecino, donde una hoguera borraba los rastros de cientos de hojas frágiles, aquellas que no sobrevivieron al otoño de 1994. Tras una ardua tarde de barrer y juntar en una alta montaña de desechos, mi vecino de junto se dispuso a encender los fuegos nocturnos, a la vista mía y de mi hermana, que observábamos desde la ventana de mi habitación aquel jocoso espectáculo. En aquel entonces, el patio de la casa conjunta a la mía carecía de tantas construcciones que ahora limitan los partidos de fútbol de los nietos de aquel hombre de cabello tempranamente blanco. 

La noche era iluminada de un momento a otro por la almena que ahora se hacía de las almas y los sentimientos de aquel follaje muerto de frío. Quizás cierto, quizás producto de la mente inocente de aquel niño rubio y regordete que alguna vez fui, a mitad de aquel funeral de hojas, primero pequeñas chispas revolotearon, para luego dar paso a los fuegos fatuos rojizos, de mayor tamaño e intensidad, que fungían de heraldos para el señor de todo su clan, una enorme figura de llamas con el rostro del mismísimo terror, que modulaba palabras mudas a los perplejos espectadores, quienes momentos después corrían en busca de un extintor, o quizás un balde de agua o arena, para apagar aquel pórtico infernal del cual salían aquellas figuras fantasmales. Al momento en que el incendio tomaba la rama de un árbol, mi hermana me tapaba los ojos y me empujaba lejos de la ventana, diciendo que ya era tiempo de irnos a dormir a los brazos del señor Morfeo. Mas por entre sus dedos, una pequeña abertura accidental me permitía ver cómo, tras recibir un chorro del extintor, una de tantas chispas voladoras se posó sobre el marco de mi ventana, y extendió un pequeño bracito para saludarme. Esa noche fui privado de la comodidad de mi cama, siendo obligado a dormir en un colchón, en el suelo del cuarto de mi hermana. 

No fue hasta la mañana siguiente cuando mis dudas sobre la realidad se pronunciaron en monotonía, al haber hablado con mi hermana, quien me dijo que nada de lo que le conté había sucedido, que probablemente hubiera sido no mas que un turbulento sueño, perdurando dicha respuesta hasta nuestros días. Pero no mucho mas tarde, subido sobre un banquito, fui capaz de observar los restos de lo que parecía un huevo de gorrión roto y quemado sobre el marco de mi ventana. Era pequeño y negruzco, y había dejado una pequeña mancha de hollín que pervive hasta el día de hoy, y que sobrevivió no solo al tiempo, sino también a varias manos de pintura. Fue esa misma noche la primera vez que recuerdo haber visto al Motrecol, quien se presento con la forma de una medusa blanca del tamaño de un hombre, con tentáculos de pulpo y dos ojos que miraban hacia el frente, enmarcando un pequeño pico de calamar. Me habló desde que mi madre me acostó a las 10 pm, hasta que se fue, cuando los primeros rayos del sol lo abrumaron en la mañana. Desde aquel día odié dormir durante la noche. El lado positivo fue que desde que Motrecol llegó, el monstruo que deambulaba a eso de las 2am por el pasillo de mi casa dejó de rascar la puerta de mi habitación, ya que cuando se acercaba, Motrecol rugía y lo espantaba. 

Largas aquellas noches en las que el ser me visitaba, pasadas entre charlas e historias relatadas por el monstruo, que yo escuchaba con total admiración por las múltiples anécdotas que me eran relatadas. Me contó, entre tantas otras cosas, que se alimentaba de las uñas de las manos de mi padre, y que por eso este nunca las tenía largas. Hasta ha llegado a sugerirme hacerlo, ya que así iba a poder ser tan grande y fuerte como él. También me conto el por que de su odio a los gatos, ya que estos animalitos eran poderosos y de los pocos, además de mi, que podían verlo y tocarlo, y sus garras podían lastimarlo, dejando cicatrices permanentes en su blanca piel. 

Las noches pasaron en compañía del señor Motrecol, quien vivía en la heladera de mi casa,  Yo le contaba mis sueños y mis temores, mis dramas y problemas de niño de cuatro años. El me aconsejaba y me protegía, y, como ya dije antes, evitaba que el horrendo Blognar rascara la puerta de mi habitación. Para devolverle el favor, yo alejaba a nuestra gata, Circe, evitando que lo lastimara. 

Con el tiempo, las historias que Motrecol me contaba se iban tornando oscuras y pesadas. Me contaba lo que en su tiempo natal había visto. Había nacido en un tiempo antes de que el tiempo fuera medido por los hombres, y se ocupaba de limpiar las casas de los trabajadores indígenas de monstruos y demás seres, pero estos hombres le temían tanto como a esos monstruos, y decidieron que era apropiado desterrarlo de este plano, por lo que realizaron un ritual en el que ataron a un criminal a un árbol y le arrancaron los ojos, metiendo en sus heridas unas negras y pequeñas arañas, que devoraron su carne hasta limpiar su cráneo, el cual fue tragado por el árbol, que encerró a Motrecol hasta que aquel incendio quemó su madera. 

A la edad de ocho años, mi madre ya se estaba cansando de las historias de mi amigo imaginario, el cual había pasado de protegerme y divertirme a aterrorizarme y lastimarme. A esa altura, yo odiaba a Motrecol, y hasta había comenzado a reconciliarme con la gata, intentando que durmiera en mi cuarto, para evitar que el monstruo se acercara a mí durante las noches, pero después de tanto tiempo de enemistad, el animal no quería escuchar mis razones. Estos intentos diplomáticos ofendían rotundamente a la criatura, que descargaba su furia contra mi en las noches, ahorcándome sin matarme, para que mi tormento fuera mas duradero, contándome historias de guerras disparejas e injustas, y mostrándome visiones en las que yo estaba desarmado en las mas cruentas batallas. 

Un día, después de un tiempo, el amor de mi gata hacia mi familia fue mas fuerte que todo el rencor que sentía hacia mi, y se acerco a charlar conmigo, prometiéndome que si yo dejaba de asustarla, ella dormiría todas las noches conmigo, y que si Motrecol volvía, lo haría lamentarlo. 

Por seis años, el acuerdo duró, siendo respetado por ambos al pie de la letra, y terminando con un fuerte cariño entre la gata y mi persona. Pero ninguna vida puede ser eterna, y lamentablemente los felinos no viven mucho. Circe murió cuando yo tenía 14 años, lo cual dio vía libre al Motrecol para regresar a mi vida, torturándome hasta que por fin llegó otro fiero protector, Cicerón, un gato del mismo color de pelo y ojos que Circe, pero mas corpulento y musculoso. La primera noche del gato en casa fue la ultima vez que vi a Motrecol, quien fue gravemente herido por la voluntad de un gato de apenas un mes de vida, el cual se convirtió en un eterno guardián y amigo, quien me protege hasta hoy, aun después de mas de quince años de su muerte. 

Como le dije al comienzo de este relato, señor lector, nunca supe si todas estas historias fueron ciertas o meros sueños, pero es el día de hoy que se me hace imposible dormir lejos de la protección de mis amigos felinos, que han sido muchos y muy variados, y sin recordar los buenos momentos que me dieron Circe y Cicerón. 

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Comentarios

Naza
hace 3 años

Cicerón estaba mamadísimo! 🤍

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